Alguien tiene que morir
Luego de permanecer 10 años en México, el joven Gabino
Falcón (Alejandro Speitzer) regresa a España en plena dictadura franquista
acompañado por Lázaro, un amigo mexicano bailarín (el bailarín y actor mexicano
Isaac Hernández). El motivo del regreso es que su padre Gregorio (Ernesto
Alterio), un encumbrado funcionario de la seguridad franquista está interesado
en que Gabino se case con Cayetana Almansa (Ester Expósito), para sellar una
alianza entre ambas familias y consolidar sus negocios espurios. Completa la
familia de Gabino su madre mexicana Mina (Cecilia Suárez) y la madre de
Gregorio, Amparo (Carmen Maura). Algún suceso del pasado, las habladurías que comienzan a circular sobre la relación entre Gabino y Lázaro y la determinación del primero
desencadenarán una serie de dramáticos eventos.
Manolo Caro (el director de La Casa de las Flores) nos brinda en esta ocasión un gran melodrama, con personajes muy bien delineados, un aceitado guion y excelentes diálogos, en el marco de la homofobia, la hipocresía, el machismo, la delación, la corrupción y la violencia del régimen franquista. Los vínculos son tensados hasta límites sólo permitidos y admisibles por esta lograda conjunción de melodrama y tragedia.
Abundan los villanos en su trama: el padre de Gabino, la caprichosa Cayetana, el hermano de ésta y antiguo amigo de Gabino, Alonso (Carlos Cuevas) y la lorquiana abuela Amparo (acaso la primera villana encarnada por Carmen Maura), la temible matriarca de esa familia tremenda con ecos lejanos de La caída de los dioses de Visconti y con momentos que recuerdan a Divinas palabras.
Pero el personaje más cautivante y rico es la Mina Falcón de Cecilia Suárez, en una actuación maravillosa, atrapada por ese marido abusador y esa suegra despótica.
La criminalización y la persecución de los homosexuales por la
dictadura franquista (fruto de su integrismo católico) y el retrato despiadado
de su burguesía corrupta, violenta y homofóbica, represora y reprimida, son el
tema central de la serie.
Podríamos decir que esta breve miniserie es en realidad una
película e invita a verla de un tirón. La recreación de época es muy buena, la
banda sonora convenientemente melodramática y sobresale su elenco adulto, en
particular las actuaciones de Suárez y Carmen Maura.
En suma, Caro nos brinda un señor melodrama, clásico, intenso,
seco, alejado del humor de La casa de las flores, serio, pero nunca grave, cuyo
realismo se permite algunos destellos muy suyos, donde entrelaza los avatares
de dos familias burguesas atravesadas por las ínfulas, la homofobia y la violencia del fascismo
franquista.
Nuevamente, como en Tengo miedo torero, en una época
en que el término “dictadura” se banaliza y se utiliza para cualquier cosa, es oportuno y necesario acceder a retratos de las verdaderas dictaduras, con su secuela de
censura, odio, represión, violencia y muerte.
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