American Gods - Temporada 2

Esta reseña contiene referencias a la Temporada 1.







La tesis de la temporada 1 de American Gods consistía en que la existencia real de los dioses estaba supeditada a la presencia de mortales que creyeran en ellos: "sin fe, no hay dioses". De este modo, los dioses antiguos debían librar una batalla contra los dioses modernos (los medios, la tecnología y la globalización, representados por los dioses Media, Chico Tecnológico y el Sr. Mundo, respectivamente) para recuperar la fe de los humanos.

En la temporada 1 esa confrontación tuvo dos picos: el mejor, promediándola, con un encuentro en una comisaría y al final, en una celebración de Pascua, con una escaramuza que dejó gusto a poco.

Esta temporada 2 es claramente inferior a la primera en todos los aspectos. Se nota el cambio de guionista y la trama se vuelve demasiado dispersa y repetitiva, jugando con expectativas generadas en la T1 y que nunca se cumplen,  introduciendo, por ejemplo, relecturas de los conflictos raciales en EEUU (tópico y abordaje ficcional que se han puesto de moda) o aspectos del pasado de Shadow Moon o del duende  Mad Sweeney.

En cuanto a los personajes, la partida de Gillian Anderson como Media, constituye un golpe mortal para la serie, comparable a la partida de Diana Rigg de la serie Los vengadores. La apariciones de Media siempre eran las más esperadas e imaginativas. Su reemplazo jamás logrará compensar esa pérdida.

A Shadow Moon se lo desarrolla un poco más (y a su actor se lo ve algo más desenvuelto), pero sigue careciendo de interés como personaje: ¿por qué está ahí?

La pareja más satisfactoria (y con bastante protagonismo) es la de Mad Sweeney y Laura Moon (Pablo Schreiber y Emily Browning), en particular el primero.

Respecto del atributo principal de la serie, su imaginación visual, tiene sus buenos momentos, pero es claramente más pobre y más preocupada por la recreación de época  que por mostrar mundos fantásticos.

En suma, una temporada  claramente inferior a la primera, víctima de su dispersión narrativa, a veces rayana en el tedio, que repunta un poco en su último tercio y que también defrauda en su otros rubros, sobre todo en el que era su mayor atributo: la imaginación visual.








 

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